Isla de Reunión, selvas y volcanes con aroma de vainilla
El nombre de la isla Reunión permite hacer todo tipo de frases fáciles, porque éste puede ser el punto de encuentro de África, Asia y Europa, porque en ella se dan diversos paisajes, desde los volcanes desérticos y activos a las selvas impenetrables cortadas por cascadas turbulentas, porque aquí se mezclan las enormes plantaciones de caña de azúcar con el delicado cultivo de la vainilla o las orquídeas…
Reunión admite todos los tópicos, todas esas definiciones que con demasiada frecuencia se usan para describir un lugar exótico: crisol de culturas, abanico de contrates, playas de fina arena y aguas transparentes… Todo vale, pero casi todo se queda corto. Un viaje a Reunión (once horas de vuelo desde París) no se justifica solo por eso. A Reunión, ese pedazo de Francia y de Europa en pleno océano Índico, hay que venir con los ojos y la mente bien abiertos. Y dejarse sorprender.
Su nombre, sin embargo, no tiene nada de poético. Esta isla que en otras épocas se llamó Al Maghribain, Theemai Theevu, Dina Morgabin, Santa Apolônia, Île Bourbon, por los Borbones franceses, y finalmente Reunión, aunque durante un breve período todavía recibió el nombre de Bonaparte, en honor de quien mandaba en Francia, ha vivido en su nombre los avatares de la metrópoli de la que depende y de los distintos pueblos que la han habitado.
El nombre actual fue una concesión política que conmemora la unión de los revolucionarios de Marsella, aquellos que partieron de la ciudad mediterránea cantando lo que luego se convertiría en el himno nacional francés, con la Guardia Nacional de París, que tuvo lugar el 10 de agosto de 1792. Así que nada de poético y romántico en el nombre, pero mucho de evocador y acertado.
El pequeño lío con los nombres sigue al llegar a la capital Saint-Denis, y a su aeropuerto, Roland Garros. ¿Cómo es que ponen al aeropuerto el nombre de un torneo de tenis?, piensa el inculto en historia de Francia que tiene en la cabeza los sucesivos triunfos de Rafa Nadal en tierras parisinas, hasta que le cuentan que es el nombre de un célebre aviador francés durante la Primera Guerra Mundial, que además era aficionado al tenis y, además, además, nació justamente en Saint-Denis. Así se explica.
Pero, con permiso de monsieur Garros, su ciudad exige poco tiempo al viajero. Casi nada. Ni siquiera las tripulaciones de Air France se quedan aquí, aunque sea la capital y esté próximo el aeropuerto. Prefieren hacerlo en la cercana Saint-Guilles les-Bains que tiene una buena playa. La verdad es que poco hay que ver en Saint-Denis aparte de el Barachois, un paseo marítimo salpicado de palmeras y buganvillas, algunos viejos edificios en la calle Victoria, incluyendo la Prefectura y la antigua sede de la Compañía de Indias y las coloridas casas criollas de la calle París.
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Un continente en una isla
Seguramente uno encontraría otros encantos en la ciudad, pero está esperando el resto de la isla, y hay mucha isla por descubrir, así que hay que emprender el camino. Y la elección de por dónde empezar no es fácil. Reunión tienen una diversidad natural más propia de un continente que de un pequeño pedazo de tierra rodeado de agua. En esta montaña posada sobre el mar, los desiertos se dan la mano con los bosques tropicales y alpinos.
Los macizos volcánicos, los ríos de lava y los desfiladeros comparten escenario con cascadas, playas de arena negra y bosques de tamarindos. Y los mangos procedentes de la India, los lichis de China, la vainilla de América Central y los geranios de África del Sur alfombran sus valles y plantaciones convirtiendo Reunión en un jardín botánico encantado.
Se cuenta que la isla surgió como un experimento botánico, que fueron los capitanes de barcos los que la adornaron con frutos de todos los rincones del mundo. Y aunque de eso hace ya cuatro siglos, cuando la Compañía de las Indias Orientales era dueña de los mares, el mestizaje de esencias sigue presente y se hace complicada la elección.
En síntesis la isla ofrece tres rostros: el frondoso interior, repartido entre exuberantes bosques, circos y volcanes casi en contacto con las nubes; la costa, en la que de tanto en tanto aparecen suaves playas protegidas por barreras de arrecifes, pero donde predominan los acantilados; y el Salvaje Sur, donde el mar bravío estampa sus olas contra las rocas y la espuma que provocan se mezcla con las fumarolas de los ríos de lava al contacto con el agua.
Aunque a Reunión no se viene en busca de playas, es imposible resistirse a su atractivo. Las mejores están en la costa oriental, en St-Gilles-les-Bains y Boucan-Canot, al sur de Saint-Paul, ambas protegidas por la barrera de coral de los tiburones, únicos animales temibles en esta zona, aparte de los mosquitos, la de Saint-Pierre, permanentemente animada, y la Grande Anse, situada en el inicio del llamado Salvaje Sur.
Exuberante y desértico interior
Pero aunque cueste despedirse del mar, hay que emprender el camino hacia el interior. Puede hacerse en coche, pero lo ideal para disfrutarlo es practicar el senderismo, animarse con la bicicleta o recorrerlo a caballo. Hay más de mil kilómetros de pistas preparadas, lo que tiene su mérito en una isla de apenas 70 kilómetros de largo por 40 de ancho. El circo de Mafate es una de las citas ineludibles en el centro de la isla. Sólo es accesible a pie o en helicóptero y es el favorito de los amantes del senderismo por sus profundas gargantas y su vegetación impenetrable. Imprescindible llevar sombrero, como aquí hace casi todo el mundo. Les protege del sol, pero también les proporciona cierto orgullo. Durante la época de la esclavitud solo los amos podían llevarlo…
A Mafate le hace justa competencia el circo de Cilaos, con sus túneles, sus paisajes que quitan el aliento y el agua caliente y espumosa que brota de sus fuentes subterráneas; además, cerca se alza, a más de tres mil metros, el Piton des Neiges, con una edad de más de dos millones de años. Pero no acaban aquí las sorpresas del interior. Salazie es el circo que recibe más agua, las vistas sobre sus incontables cascadas son insuperables. Coronando Salazie se halla Hell-Bourg, población elegida en el exclusivo club de los «Pueblos más bellos de Francia», aunque las mansiones criollas y la población mestiza poco recuerdan a la Francia continental.
Otra de sus cumbres, el Piton de la Fournaise, un macizo volcánico que todavía se enfada regularmente y que avisa con sus permanentes fumarolas, es un espectáculo de fuentes y ríos de lava que descienden hacia el mar. Cerca, la Plaine des Sables, se presenta como si fuera el desierto más árido del mundo.
A pocos kilómetros, y como uno más de los continuos contrastes de Reunión, entre las poblaciones Petite-Île y Saint-Philippe, que no tienen mucho que ofrecer, está el Jardín de las Especias, uno de los mayores jardines botánicos que pueblan la isla. Cuatro hectáreas de árboles, entre los que se encuentran algunos ejemplares centenarios, recrean el antiguo campo de pruebas que fue Reunión. Cardamomo originario de la India y Sri Lanka, clavo y nuez moscada de las Molucas, jengibre de Malasia, pimienta blanca, negra o roja, traídas de todo el océano Índico… una interminable lista entre la que destaca la vainilla, de la que Reunión llegó a ser el primer productor mundial.
Blanca entre negros
Allí, a la vista de las negras vainas, cuentan la historia del negro esclavo Edmon, quien creó el procedimiento práctico manual de polinizar la vainilla que todavía se usa hoy en día. Cuando se produjo la abolición de la esclavitud en 1848, se le dio al joven Edmond el patronímico de Albius, en referencia al color «blanco» (alba) de la flor de la vanilla. Hoy, las plantaciones de vainilla que quedan se reparten en los bosques de la costa oriental y aún se fecunda a mano con las primeras luces del día, tal y como se hacía antaño.
No es la única historia curiosa que se cuenta. Todo el mundo habla, por ejemplo, del pirata La Buse, quien después de rendir su barco en las costas de la isla, decidió enterrar su enorme tesoro en su interior para que nadie pudiera recuperarlo. Todavía hay quien lo busca. O del bandido Sitarane en cuya tumba, en el cementerio de Saint-Pierre, se celebran cultos nocturnos.
Piratas, bandidos y esclavos, reales o ficticios salen al paso en el recorrido por Reunión. Como salen al encuentro una mezcla variopinta de razas, tradiciones, músicas, comidas y religiones. Entre estas últimas abundan las católicas, no hay más que echar un vistazo al glosario de santos y santas que dan nombre a los pueblos. Hay multitud de iglesias, como la de Piton Sainte-Rose, en el sur, rodeada de lava, que recuerda con sus exvotos y ofrendas florales cómo se salvó de la última erupción. También católica, la iglesia barroca de la pequeña población de Sainte-Anne que tiene el honor de haber sido elegida por Truffaut para rodar la escena de la boda de Catherine Deneuve con Jean-Paul Belmondo en «La sirena del Mississippi», que puso a Reunión en el mapa cinematográfico. Más cerca de la capital están los coloridos templos tamiles de Saint-André, o los hindúes de Beaufonds o Saint-Denis, en los que Shiva, Parasurama o Parvati adquieren un aire más criollo y se trasforman en Pandialé, Maryamèn o Karli.
Y junto a tantas religiones, el culto a los muertos más autóctono, el que practican los malgaches con sus ceremonias de sacrificio de pollos o bueyes en la noche de luna llena, siempre con la mirada hacia la vecina Madagascar, con un vaso de ron añejo con vainilla en la mano y al ritmo frenético, que en algunos casos permite entrar en trance, de la «maloya». Todo muy irreal, todo asombroso, casi mágico. Así es Reunión.
Diez cosas que no hay que perderse en Isla Reunión
Lanzarse en tandem-parapente desde lo alto de Saint Leu y contemplar mientras el viento coquetea con la tela, las plantaciones de caña, los riachuelos y la laguna de coral.
Probar el plato típico criollo, «cari», a base de cúrcuma, que muchos erróneamente confunden con el azafrán, pero que es un rizoma de la familia del jengibre. El «cari» lleva también ajo, cebolla, pimiento machacado y otros ingredientes.
Visitar la Casa de la Vainilla, en Saint-André, un museo que explica el proceso de polinización ancestral de la planta y la riqueza que aportó a la isla.
Hacer un recorrido en helicóptero por la zona central de Reunión, casi el único medio de apreciar su increíble belleza en la que alternan desiertos volcánicos y selvas exuberantes.
Visitar la Gruta de los Primeros Franceses, cerca de Saint Paul, la ciudad más antigua de la isla, lugar de refugio de piratas, y al vecino cementerio, donde hay numerosas tumbas del siglo XVIII tanto de hacendados como de piratas.
Recorrer el Jardín de las Especias, uno de los mayores jardines botánicos que siembran la isla, con cuatro hectáreas de árboles y plantas, que recrean el antiguo campo de pruebas que fue Reunión.
Regatear en el mercado de Forain, en Saint-Paul, en el oeste de Reunión, los fines de semana. En sus puestos, colocados al borde del mar, se admiran tanto puestos de frutas y legumbres como de perfumes, artesanía, bordados y especias.
Admirar el circo de Salazie con sus numerosas cascadas que aparecen y desaparecen entre la vegetación, y en lo alto Hell-Bourg, que forma parte del distinguido club «Los pueblos más bellos de Francia».
Apreciar la elaboración de un perfume personalizado como los que elabora «Memoria de los sentidos» a medida, en la localidad de L’Entre-Deux.
Disfrutar con los dos ritmos pegadizos de la isla, el ancestral «maloya» que entonaban los esclavos, y el machacón «séga» que mezcla la música criolla y la europea.
Cómo ir a Reunión:
No hay vuelos directos desde España a Reunión. Desde París vuela diariamente la compañía Air France (tel.: 902 20 70 90 y www.airfrance.es) a partir de unos 1.200 euros, aunque se pueden conseguir frceuentes ofertas. Air France y sus filiales tienen conexiones desde 9 ciudades españolas con París.
www.franceguide.com
www.reunion.fr/
www.saintpaul-lareunion.com