48 horas en Salobreña
Salobreña, estandarte de la granadina Costa Tropical, es uno de los destinos que más me ha sorprendido últimamente no solo por su patrimonio, encabezado por su castillo árabe, sino por su interesante gastronomía que tiene en las sabrosas frutas tropicales su más preciado tesoro.
Salobreña -cuyo nombre deriva del término Selambina que significa alrededor del mar (o de la sal)- guarda la esencia nazarí que impregnaron los reyes árabes de Granada que veraneaban en la costa tropical atraídos sin duda por el microclima subtropical que caracteriza este municipio.
Viernes: llegada a Salobreña y visita a su casco histórico
Después de aterrizar en el aeropuerto de Málaga (el de Granada queda un poco más cerca pero no tiene tantos vuelos) y de poco más de una hora de trayecto en coche llegué a Salobreña, una localidad que había visitado en el año 1999 durante un viaje por Andalucía pero de la que conocía poco más que su peñón.
Después de hacer el check in en el Hotel Salobreña Suites, cuya ubicación en lo alto de un acantilado me regaló unas preciosas vistas de la ciudad (si os gustan las panorámicas no os podéis perder las del Hotel Miba al atardecer) tomé la llamada Senda Mediterránea hasta llegar hasta el peñón.
Este paseo es realmente muy agradable (en verano abstenerse hacerlo en horas centrales de sol) porque te acerca a la zona del Caletón, sus riscos y su recoleta cala, y deja a un lado las playas de La Guardia y La Caleta.
Si hubiera seguido el camino por el mar hubiera llegado a la desembocadura del río y, finalmente, hasta la vecina Motril, pero mi destino estaba más cerca ya que me detuve a retomar fuerzas en uno de los establecimientos más emblemáticos de Salobreña, el Restaurante Casa Emilio, donde probé por primera en ese viaje vez las delicias de la gastronomía local.
Las ensaladas tropical y la de aguacate (todavía sueño y salivo con los mangos, chirimoyas y aguacates de Salobreña), la paella especial de la casa o la zarzuela de pescados y mariscos son algunos de los manjares que disfruté durante esa comida.
Las raciones son abundantes por lo que hay que ser comedidos a la hora de pedir sobre todo si os pasa lo mismo que a mí que como con los ojos y enseguida estoy llena.
Después de reposar la comida en el hotel me dirigí en coche al casco antiguo de Salobreña. Lo mejor es aparcar al pie de la cima y subir hasta el castillo a pie. Es un camino empinado por lo que es más que aconsejable llevar calzado cómodo porque hay que subir varias cuestas perfectas para quemar cartucheras.
Durante esa subida ya empiezas a ver las maravillosas casas encaladas que se asoman al Mediterráneo y las calles estrechas de los barrios de la Villa, el Brocal y Albaycín que regalan rincones instagrameables repletos de recodos, callejas, portones, pasadizos, ventanucos y muchas buganvillas y gatos que, inevitablemente, saldrán en vuestras fotos.
Hice una parada en la maravillosa puerta de la iglesia mudéjar del Rosario pero me tuve que dar un poco de prisa para llegar a ver el atardecer desde lo alto del castillo árabe. Situado en la cumbre del promontorio, las vistas desde sus torres son increíbles ya que, con tan solo girarte, ves el Mediterráneo, la vega verde y las cumbres blancas de Sierra Nevada.
El castillo es originario del siglo XII y, aunque se construyó como baluarte defensivo, durante el periodo nazarí albergó un palacio real (que contaba con unos baños andalusíes) y, posteriormente, fue también una prisión.
Antes de llegar al coche hice una parada en la Plaza del Ayuntamiento donde está el Restaurante La Botica que cuenta con una espectacular terraza para comidas y cenas, y donde degusté unas exquisitas croquetas de rabo de toro, entre otros entrantes, y un magnífico bacalao con samfaina.
Sábado: mercado, deportes de aventura y miradores
Al día siguiente y después de un descanso merecido en el hotel me dirigí por la mañana al mercadillo para ver los puestos de fruta tropical y comprar aguacates, chirimoyas y mangos, y al mercado donde están a la venta los productos del mar.
Desde allí me dirigí a La Caleta, una pedanía de Salobreña que se edificó a mediados del siglo XIX cerca de la Fábrica de Azúcar, la única de Europa que durante más de cien años transformó la caña de azúcar, un cultivo que fue antaño muy abundante en este municipio, en azúcares, mieles y alcoholes para la producción de ron y otros licores. Esta factoría cerró en el año 2006 y está catalogada como Bien de Interés Cultural de Andalucía.
Merece la pena conocer el trabajo del ceramista Emilio Alaminos, que tiene su taller en la Casa de la Cultura de La Caleta, y degustar el pastel de piononos y las piruletas de merengue de la panadería Los Tolinos de La Caleta.
Esta inyección de azúcar me vino fenomenal para practicar deportes acuáticos en La Caleta gracias a los chicos de The Guardian Sea Club.
El privilegiado clima de Salobreña, que puede presumir de unos otoños e inviernos con temperaturas agradables, es perfecto para lanzarte a hacer paddle surf o un paseo en kayak por este rincón del Mediterráneo en cualquier época del año.
Tanto las playas de La Guardia como La Caleta tienen unas aguas muy tranquilas que os garantizan una mañana repleta de diversión en el mar.
A continuación repuse fuerzas en la terraza del Restaurante Bahía, ubicado al pie del peñón, con un espeto excelente y unas berenjenas a la miel que quitan el hipo.
Tras un pequeño descanso volví al centro histórico de Salobreña para hacer la ruta por sus miradores (Postigo, Enrique Morente y Hoyo de la Frascunda), situados en el barrio del Albaycín, para acabar el día yendo de tapeo (en Granada no puede ser de otra manera) por algunos de sus bares más emblemáticos como El Cuesta, donde sirven el mosto Castillo de Salobreña, o el Antaño.
Domingo: visita a la Finca Ecológica Matagallares, playa Punta del Río y restaurante Aráis
El microclima subtropical del que disfruta Salobreña es perfecto para plantar frutas tropicales en su vega como chirimoyas, aguacates, guayabas, plátanos y mangos, entre otras. Por este motivo es muy recomendable hacer una visita guiada por la Finca Ecológica Matagallares donde su dueño, Juan Carlos Vinuesa, muestra cómo se cultivan estos frutos.
El recorrido acaba con una excelente degustación de frutas riquísimas entre la que destaca el singular amoroso, que tiene un sabor un tanto picante y que se puede definir como una mezcla entre piña y plátano.
A continuación me dirigí a la playa Punta del Río, conocida también como La Cagailla, una larga y estrecha franja de arena y grava sin urbanizar que acaba en el vecino término municipal de Motril.
En esta zona del litoral de Salobreña, ideal para practicar todos los derivados del surf (windsurf, kitesurf o paddle surf), están los dominios del club 18 nudos que gestiona un food truck y un chill out con música en directo que son una verdadera guinda después de una mañana disfrutando de las olas del Mediterráneo.
Mi despedida de Salobreña la hice en el Restaurante Aráis, liderado por el chef Paco Izquierdo, que nos sirvió un menú de lujo en el que destacaban un carpaccio de presa ibérica de los Pedroches; un excelente milhojas de mango con queso de cabra; un burro (pescado) con chutney de mango; una deliciosa pluma ibérica con ajoblanco de chirimoya; y, de postre, una maritoñi (típico dulce granadino) rellena de crema de chirimoya.
Los chicos de Civitatis han lanzado un free tour por Salobreña así que, si os apetece, podéis hacer un recorrido con ellos para ir abriendo boca. Más información: Salobreña Turismo